Canadá sigue atacando a los indios en su terreno

Cuando pensamos en América del Norte, sea Estados Unidos o Canadá, se nos llena la mente de cine y, haya mos o no visitado esa zona del planeta, tenemos la impresión de conocerla, de saber sobre sus formas de vida casi tanto como sobre las nuestras. Y esa impresión es seguramente tan certera como la que nos indica que conocemos mejor su pasado que el nuestro. 

Claro que, generalmente, se trata de un conocimiento made in Hollywood, deformado y disimulado, pero suficiente para que nos suene a conocida cualquier noticia proveniente de aquellas tierras. Por ejemplo, la rebelión de los indios mohawks ante la enésima invasión de su reserva. 

Resulta que a un municipio de Quebec (Canadá) no se le ha ocurrido mejor idea que la de invadir un pinar que los indios consideran como propio desde hace siglos y donde, como en las películas, están enterrados algunos de sus antepasados. 

La excusa no tiene tradición cinematográfica, porque no se trata de instalar ferrocarriles, telégrafos o granjas, sino de ampliar un campo de golf. 

Se nota que hay un vacío de décadas entre las películas de indios y las imágenes que la tele visión ofrece sobre los mohawks, un silencio que nos oculta lo que es hoy la vida de los supervivientes de aquellas matanzas, que puede inducirnos a pensar que en ese trozo de continente ocupado por dos de los países más prósperos y civilizados del mundo, los indios son sólo figuras folklóricas, molestos fantasmas del pasado. 

Han tenido que ponerse los mohawks en pie de guerra para que pudiéramos saber de sus problemas, incluso de su existencia. Total que cuando sensibles cora zones nacionalistas de nuestro entorno nos sentimos solidarios con Quebec porque es el pequeño pez que corre peligro ante el tiburón anglófono, un pez menor y más indefenso se resiste a morir tragado por los francófonos. 

Poco debe importar a los mohawks el idioma de los jugadores de golf dispuestos a hacer deporte sobre tumbas ajenas que ni tan siquiera son blancos. Los mohawks sólo quieren seguir siéndolo. Señor, señor, a todo hay quien gane y siempre hay alguien dispuesto a comer lo que otro desecha.

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