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Mostrando entradas de mayo, 2018

Las gordas felices no existen

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Madrid se viste de gorda. Ha tenido que ser Botero, con su monumentalidad carnal, el que pusiera la celulitis en su sitio. Las madrileñas, tan entregadas últimamente a la mesoterapia y a las inyecciones del doctor Ibarra (que es vasco y quiere traer la esbeltez de Neguri a los páramos de la Castellana) se sienten por fin reconfortadas en su dolor de carne, un dolor que desde siempre han ocultado dentro de la faja, pues Madrid es esencialmente ciudad de fajas, de tocino entreverado, de michelín y de desparrames múltiples.  La faja, instrumento de represión, ha sido sustituida en estos penúltimos años por las dietas light, que reprimen el hambre, o por el yoging, que reprime la holganza, o por el agua imantada, que reprime la lógica más elemental. Mientras las nuevas madrileñas se reprimen el placer de vivir (no olvidemos, llegado este punto, el castigo de las vendas frías, el aerobic, las saunas y lo que es peor, las liposucciones) viene Botero e inunda la ciudad de cuerpos generos

Pago unas cervezas y unas gambas al ajillo

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Más de un siglo y medio después de que Larra hiciera la tétrica pregunta «¿No se lee en este país porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?», a la misma pregunta habría que responder que hoy se escribe mucho y se lee más, a pesar de lo que digan las estadísticas. Cada Feria es un récord de venta y de público. Los libreros y los escritores dicen que no se lee, y que para vender un libro, o una revista, o un periódico, hay que regalar una sopa o la quinta sinfonía, pero no es cierto. Porque ni la televisión, ni el bingo, ni las becas han matado la afición.  Lo que pasa es que ahora leen mujeres mientras los hombres se embrutecen con el fútbol y los libreros que aguantan son los que hacen milagros. Escribir es difícil, vender libros, sin poner imaginación en la hacendera, es imposible. Los helados se venden solos, la cocaína también, pero un libro, raras veces, seduce al lector desde el escaparate. Necesita de un Don Crispín, como Leandro. Los libreros que sobreviven y t

El boato que rodea a las estrellas del fútbol

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El estereotipo de futbolista limitado intelectualmente y poco comprometido con la sociedad es el más alejado del perfil de Jürgen Klinsmann. El gran aspirante a suceder a Schillaci en el trono de máximo goleador del Mundial es un tipo inteligente que habla cuatro idiomas, se preocupa por la ecología y no necesita manager para negociar sus propios contratos. De vez en cuando, también es capaz de pasar por encima de las defensas rivales con la potencia de sus remates y su ilimitada capacidad física. Es un tipo poco corriente. Le gusta viajar a Estados Unidos de vacaciones porque allí no le conoce nadie. Todavía, a pesar de sus destacables actuaciones en el Mundial, puede bañarse en el anonimato y marcharse a un local de la Michigan Avenue para ver la final de la NBA sin que le interrumpan a cada paso con peticiones de autógrafos. Hace algunos meses donó un millón de pesetas a un hospital de Sarajevo y el Ministerio alemán de la Juventud le contrató para una campaña de ayuda huma

Emma Cohen en minifalda

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Cuenta Ana Rossetti en su libro Prendas íntimas que la aparición de la minifalda provocó artículos en algunos periódicos españoles más o menos de esta guisa: «Además de ser una indecencia y sentarle mal a todo el mundo, excepto a Twiggy, que encima está como escuchimizada y enferma, la poca cobertura que presta a las piernas provoca una enfermedad que puede desembocar en parálisis permanente». «Este vaticinio terrible -dice la escritora- no se debía a murmuraciones de vecindona, sino a artículos de prensa firmados por el corresponsal en Londres de un periódico. Ahora, -añade- lo pienso y me entra risa. ¿Cómo los mandatarios de turno podían decir todas esas barbaridades y quedarse tan anchos?». Semejantes muestras de esquizofrenia intelectual no impidieron, sin embargo, que Ana Rossetti, como tantas otras mujeres de su generación, descubrieran sus piernas para hacer uso de lo que los censores denominaran «la prenda de marras»: «A mí, me importaba un comino. Yo llevé mini porque me

Las mujeres que se tiran de la faja son unas ordinarias

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Rascarse el cuero cabelludo. Echarse el pelo para atrás. Menear la melena al viento en plan anuncio de champú o laca. Ajustarse las gafas por las patillas o por el puente. Hurgarse la nariz. Empujar la nariz hacia arriba. Horadarse los oídos. Tirarse de la barba. Caracolearse la barba. Refregarse la barbilla. Echar la nuca hacia atrás. Ahuecarse el cuello de la camisa. Juguetear, para afuera y para adentro, con el anillo de casado. O de casada. Aflojarse el nudo de la corbata. Acariciar la corbata recomponiendo su tersura. Estirarse los puños de la camisa. Estirar por detrás los bajos de la americana. Cerrarse la americana colocando la corbata por dentro. Recolocarse la tira caída del sujetador. Subirse los calcetines o las medias. Mirarse las puntas de los zapatos. Mirarse los tacones de los zapatos... Y hay más.  Gestos corrientes, recurrentes, casi tics, que unos y otros ejecutamos, y que indican inseguridad, incomodidad, necesidad de recomponer la figura, de readaptar el propi