Las gordas felices no existen

Madrid se viste de gorda. Ha tenido que ser Botero, con su monumentalidad carnal, el que pusiera la celulitis en su sitio. Las madrileñas, tan entregadas últimamente a la mesoterapia y a las inyecciones del doctor Ibarra (que es vasco y quiere traer la esbeltez de Neguri a los páramos de la Castellana) se sienten por fin reconfortadas en su dolor de carne, un dolor que desde siempre han ocultado dentro de la faja, pues Madrid es esencialmente ciudad de fajas, de tocino entreverado, de michelín y de desparrames múltiples. 

La faja, instrumento de represión, ha sido sustituida en estos penúltimos años por las dietas light, que reprimen el hambre, o por el yoging, que reprime la holganza, o por el agua imantada, que reprime la lógica más elemental. Mientras las nuevas madrileñas se reprimen el placer de vivir (no olvidemos, llegado este punto, el castigo de las vendas frías, el aerobic, las saunas y lo que es peor, las liposucciones) viene Botero e inunda la ciudad de cuerpos generosos, de culos que empiezan en Cibeles y terminan en Colón, de muslos que son como la columnata de Bernini pero a lo bestia, de pechos todopoderosos, de centímetros de más y de siluetas de menos.


A Fellini le gustaban las tetudas y a Botero le gustan las culonas. La Italia de Fellini y el Caribe de Botero han calado siempre en Madrid, que es una ciudad tetuda y culona por excelencia y tiene cierta inclinación al desmadre. Madrid ofrece ahora las carnes de Botero como compensación a las carnes de Penélope Cruz o Rossy de Palma, que ni son carnes y encima no se pueden tocar. Tras la moda de las top model, los nuevos símbolos de la estética femenina apuntan otra vez hacia Twygy, aquella inglesita de los años setenta que se escurría dentro de los vestidos porque estaba más tiesa que la mojama. Botero, sudaca y colosal, colorista y excesivo, llega a tiempo de frenar la cosa. 

Las gordas de Botero están a sus anchas en Madrid (y nunca mejor dicho) porque participan de su mismidad castiza y enseñan todo aquello que la dictadura de la moda quiere recortar. Se acabaron por unos días las comidas bajas en calorías, los chicles milagrosos, las aguas de los iones y las palizas en el gimnasio. Para mí que Botero ha venido en el momento justo. Su presencia contribuirá a levantar la veda de la esclavitud estética, con una primavera que se presentaba estrecha de pecho y corta de talla. Al menos por una temporadita las ciudadanas madrileñas nos pondremos moradas de natillas y cocido, nos desabrocharemos el botón del sostén con el ansia de quien se entrega vehementemente a la liberación y viviremos una alegría sin apreturas de ningún tipo. En las chichas que sobran está seguramente la felicidad que nos falta.

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