Helen Mirren cuenta haber consumido droga

Le puedes preguntar lo que quieras, siempre contesta a todo», me comenta una periodista inglesa mientras espero mi turno para la entrevista. Mi colega, que ya la ha entrevistado en otras ocasiones, sabe bien lo que dice. Si tiramos de hemeroteca, es obvio que Helen Mirren no tiene pelos en la lengua. Al contrario que otras grandes estrellas de Hollywood, nunca ha puesto ningún reparo a la hora de enfrentarse a cualquier pregunta sobre su vida o su trabajo. 

En 2014, declaró a una revista masculina que solía tomar cocaína, pero que la dejó al enterarse de que el criminal de guerra nazi Klaus Barbie, el siniestro Carnicero de Lyon, fue traficante en Sudamérica a principios de los años 80. Pocos actores se atreven a tanto, sobre todo si trabajas para la industria americana del cine o te han nombrado dame, el equivalente femenino al título de sir que otorga la corona inglesa. «Me quedé muy sorprendida. 

No me creía que yo fuera la clase de persona a la que se le ofrece esa condecoración, y no estaba segura de si aceptar o no. Busqué consejo en mi familia y amigos y la respuesta fue unánime: no seas idiota, acepta. Incluso ahora, cuando alguien se refiere a mí como dame, siempre me digo: 'qué raro, esa no soy yo'. Honestamente, es un asunto que nunca ha llegado a formar parte de mí.»

Desde sus comienzos como actriz, Helen Mirren ha tenido fama de rebelde, feminista e independiente, «aunque ahora es mi marido [el director californiano Taylor Hackford] quien manda en casa», exclama entre risas. Pero también de mujer atractiva y provocadora, una etiqueta que siempre le ha parecido del todo irrelevante para su evolución artística y que achaca al machismo imperante en la industria, que, según sus palabras, «ha propiciado la supervivencia de algunos actores masculinos realmente mediocres y la desaparición de ciertas mujeres muy brillantes». 

A sus esplendorosos 66 años, cumplidos el 26 de julio, acaba de ser nombrada Cuerpo del Año en una encuesta realizada por una de las cadenas de gimnasios más importantes de Norteamérica, por delante de Jennifer Lopez o Pippa Middleton. «Es muy triste. No tengo nada que decir. Estoy totalmente deprimida», comentó, visiblemente molesta, en un programa de televisión días después de conocer que la habían proclamado la mujer más sexy del mundo. «No quiero convertirme en ningún símbolo que tenga que ver con la imagen sexual de la mujer que nos han impuesto.»

Desde que en 1965, con tan sólo 20 años, triunfara con la Cleopatra de Shakespeare en el Old Vic Theatre de Londres, nuestra protagonista, literalmente, no ha parado de trabajar. A la largo de su carrera, trufada de premios y reconocimientos, ha protagonizado innumerables obras teatrales, magníficas series televisivas (como Elizabeth I o la policiaca Prime Suspect) y películas como La locura del Rey Jorge (Nicholas Hytner, 1994) o The Queen (Stephen Frears, 2006), con la que ganó el Oscar por su papel de Isabel II. «A partir del Oscar creció mi fama internacional, y todos sabemos que la fama llama al dinero. Así que las grandes productoras americanas empezaron a interesarse más por mí. Gracias a ese papel he podido participar en proyectos bastante diferentes de los que solía trabajar. Me gusta que mi vida profesional esté llena de sorpresas.»

Y en la filmografía de Helen Mirren, la nueva sorpresa viene envuelta con el nombre de La deuda, un intenso y dramático thriller dirigido por John Madden (responsable también de la oscarizada Shakespeare in Love). En ella interpreta a Rachel Singer, una ex agente del Mosad que, 30 años después de haber errado por el mundo para capturar a un conocido criminal nazi, lo intenta de nuevo cuando se entera que está oculto, bajo una identidad falsa, en un hospital de Ucrania. 

«Es un personaje muy activo y fundamental en la historia. Además, trabajar con Madden siempre es enriquecedor. Ya lo hice en la serie Prime Suspect, y los resultados y experiencia fueron muy buenos.» Le acompañan en el reparto Sam Worthington (Avatar), Marton Csokas (El Señor de los Anillos) y la nueva sensación del cine indie americano, Jessica Chastain (El árbol de la vida), magnífica en el papel de una Singer tres décadas más joven. «No tuvimos mucho tiempo para preparar el guión juntas. Confieso que casi todo el trabajo lo hizo Jessica Chastain. 

Visionó algunas de mis escenas y, más que copiar, se centró en captar mi esencia. Más tarde, discutimos sobre pequeños gestos y hábitos que podíamos hacer de manera similar. Es una actriz fantástica y muy bella, mucho más guapa de lo que yo era cuando tenía su edad. Su forma de aproximarse a la actuación es muy parecida a la mía, de manera seria y dejando a un lado la vanidad. Lo importante es el personaje y lo que se necesita hacer por él.»

Nacida en Londres como Ilyena Lydia Mironoff, los antecedentes de Helen Mirren son bastante inusuales. De madre inglesa y padre ruso, su progenitor cambió el apellido familiar cuando la actriz tenía 5 años. Su abuelo paterno fue un militar y diplomático a la orden del zar Nicolás II, exiliado en Inglaterra en 1917 tras la revolución bolchevique, que tuvo que ejercer de taxista para ganarse la vida. Una saga familiar, le comento, que daría para un buen argumento. «Mi padre fue un inmigrante e hizo todo lo que pudo para integrarse en la sociedad británica. Estoy segura de que mis orígenes rusos han repercutido en lo que he sido y en lo que me he convertido hoy en día. Algo de ello tiene que haber en mi alma y en mi psicología. Es raro, pero cuando empecé a trabajar no me sentía como la típica actriz inglesa perfecta y delicada. Yo era más salvaje y pasional.»

Mirren siempre ha descrito a su familia, con cierta ironía y humor, como de clase media pobre, es decir: poco dinero pero de actitudes acomodadas. A ella, por su parte, siempre se le ha relacionado con la izquierda laborista y los liberales. «No hice campaña por Blair, como dicen las malas lenguas, pero sí creía firmemente que Reino Unido necesitaba un cambio radical en su política y que él era el encargado de hacerlo realidad tras muchos años de gobierno conservador. Aún pienso, aunque ha cometido errores terribles, que fue y es un político extraordinario.»

A pesar de su apretada agenda, Mirren siempre ha sacado tiempo para implicarse en diferentes causas humanitarias, en especial en asuntos relacionados con los derechos de la mujer y la infancia. Participó en la campaña contra el comercio de armas llevada a cabo por Oxfam y ha colaborado con Action Aid en la lucha contra la esclavitud sexual. «El tráfico de mujeres y niñas destinadas a acabar en burdeles es una de las vergüenzas de nuestra sociedad y hay que pararlo como sea. 

A riesgo de equivocarme, pienso que habría que legalizar la prostitución. Hay que ser realistas: los burdeles nunca van a desaparecer, pero si se legalizan, sus condiciones pueden mejorar. Por otra parte, hay que responsabilizar a los clientes del terrible daño que están haciendo. No me creo que no sepan que la mayoría de las prostitutas que trabajan en los burdeles de Tailandia y Bangladesh son menores de edad. De alguna manera tienen que pagar su falta de empatía y su desprecio por los derechos humanos básicos», asevera antes de despedirse. Lo dicho: la gran dama de la escena británica no se corta ni un pelo.

«Estoy segura de que mis orígenes rusos han repercutido en lo que he sido y en lo que me he convertido. Es raro, pero cuando empecé a trabajar no me sentía como la típica actriz inglesa perfecta y delicada.»

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