Greta Garbo la divina con las cejas depiladas

El escritor norteamericano Douglas Riding publicó en los años 60 un libro demostrando que Greta Garbo no había existido nunca, y que el rostro hierático que tanto había animado las pantallas del mundo entero durante tantos años pertenecía a numerosas dobles a las que la Metro Goldwyin Mayer asesinaba sin dejar rastro inmediatamente después de cada película. Según Riding, la mujer que iba envejeciendo a puertas cerradas y que acaba de morir a los 84 años, no se sabe bien si de una sobredosis de anonimato o de un interminable ataque de fama persistente y a prueba de olvido, no era más que el fantasma de esa actriz inexistente. 

Dicen que la multinacional Metro Goldwyin Mayer, con mucho sentido de la publicidad, quiso comprar los derechos de ese libro para hacer con él un guión y ofrecer a Greta Garbo el papel de protagonista, pero ésta, que ya entonces llevaba muchos años retirada, lo rehusó, con lo que la idea hubo de ser descartada. 

Ahora que ya ha muerto quizás la actriz sueca cambie de idea y acceda a hacer ese papel si se lo encarga el representante que la Metro tiene indudablemente en el otro mundo. 

Por lo que a mí respecta, Greta Garbo, «divina, demasiado divina», que habría dicho Nietzsche de haber llegado a verla, fue difamadora de Cristina de Suecia, la cual, sin duda, aprovechará ahora su llegada al otro mundo para ponerle pleito por tergiversación de carácter; redentora abnegada de Margarita Gautier, que es seguro que ahora sufragará los gastos de su abogado defensor, el cual no podrá ser otro que el mismo Demóstenes; y descarada reaccionaria bajo el nombre de Ninotchka, por lo que el alma de Stalin estará al acecho para liquidarla en cuanto gane o pierda ese pleito. Que Greta Garbo en vida fue tan etérea como se ha vuelto ahora en la muerte es cosa de todos sabida. 

El llamar a Greta Garbo «la divina» era evidentemente una alusión a lo etéreo de su paso por la pantalla; cualquier comparación entre Greta Garbo e Ingrid Bergman, pongo por caso, sería como comparar a un ser humano con su sombra, porque el hecho indudable es que Greta Garbo nunca fue tangible. El gran fotógrafo inglés Cecil Beaton cuenta en sus memorias que después de un año de amistad asidua con ella sólo consiguió tocarle un fleco de su vestido: fíjese el lector que lo que le tocó fue el vestido, sin duda porque debajo no había nada. Si yo tuviera que poner un epitafio a Greta Garbo, sería: «Ha muerto un fantasma, reviva en paz».

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