Los niños, esos inocentes tan crueles

La infancia es, por definición, una edad inasequible, Buhíllo. Lo que se supone saber de ella proviene del análisis retrospectivo que el adulto hace de la misma o de los estudios psicológicos que realizan «sobre» niños los estofadamente denominados «expertos en la infancia». Así que tengo para mí que ese conocimiento es una invención, y que no puede ser de otra manera. De tal modo que escribir cuentos para chicos supone un sofisticado ejercicio de imaginación por parte de los escritores (obviamente siempre adultos), que procuran entallar sus personajes en la faja de tópicos que se ha tramado sobre ellos desde la ilustración. 

Así me he acercado yo, Buhíllo a este librito, para comprarlo con otro: El nido de los sueños, de Rosa Montero. En ambos casos, los protagonistas son niñas (Lena, Gabi), de edades aproximadas, pero, en cuanto a los autores, uno es hombre, Michael Ende, («él») y otro, mujer, Rosa Montero, («ella», naturalmente). «El» es un escritor especializado de oficio en fantasía infantil; «ella» es una escritora joven, dicen que feminista, que hace su primer cuento de niños como un ejercicio de sublimación de afectos maternales. 

Y me voy a parar un poco contigo a contrastar un diagnóstico en «vidas paralelas». Me parece que cada una de estas historias revela una forma distinta y bastante t(íó)pica de enfrentarse a eso que se da en llamar «el apasionante mundo de los niños». Te lo diré en tres capitulillos, Buhíllo. Capitulillo primero: repaso de tópicos. Primer tópico: la mejor fantasía infantil se genera en un contexto de conflicto con el entorno (o sea, padres y adultos incompetentes, niños incomprendidos). Segundo tópico: Los niños son muy felices desgraciados. Tercer tópico: Los niños tienen un sabroso mundo propio, original y secreto; viven en las brumas mágicas. Cuarto: Los niños son inocentes crueles (esto es sinonimia: inocencia es crueldad); pero también indefensos agresivos. 


Quinto: Todos los niños (no) quieren irse de casa (fantasía de perderse, que da lugar al mito del «viaje» erizado de horribles pruebas, obstáculos y peligros). Sexto: Todo niño vuelve a su casa, antes o después, para ser feliz y comer perdiz... Y así podría seguir, pero no quiero empacharte, Buhíllo. Segundo capitulo. Lena es de «él». Gabi es de «ella». Si «él» y «ella» se encontraran en el pasillo transicional de sus dos historias, discutirían como cualquier pareja acerca de sus dos terribles y puñeteras hijas insoportables. Gabi y Lena son verdaderamente dos desgraciasdas. Para «él», sería una niña caprichosa, hija única, verborreica, poco inteligente, egoísta, difícil, y, sobre todo, dominante, por lo cual es desobediente, que es lo peor que se puede ser contra «él». Así que «él» no ama a Gabilena y la trata muy fríamente. Consultó al psiquiatra, el cual le dijo que era una caracterial, que actuara con mano «firme». Por su lado, para «ella», Gabilena es feucha, inteligente, introvertida, uno de los once hijos, celosa, con esa hipersensibilidad que hace que se quiera más a cosas y a animales que a personas, y, sobre todo, envidiosa, que es lo peor que se puede ser contra «ella». 

La condujo al psiquiatra, quien concluyó que Gabilena era una niña neurótica histérica. A «ella» más que nada le daba pena Gabilena. Ultimo capitulo. Las moralejas o moralejas: «El» está decepcionado de aquella educación «progre», permisiva y asamblearia, de los vástagos, hace veinte años; en consecuencia, su catarsis es un cuento cínico y devastador, y su moraleja está muy clarita: puesto que hay que criar cuervos, lleguemos pronto a un convenio con ellos, un «mitad y mitad, y déjame en paz». O sea, no me hables de amor, Gabilena; hablemos de conveniencias, querida. «Ella», no; sabe que está escrito: después del mucho juego, llega el momento de la cantinela oficial: «Gabilena, cariño, tienes que madurar, aceptar la realidad», pero las dos cómplices saben que lo que de verdad emociona es practicar la fantasía mórbida, la culpa cíclica y el ritual omnipotente de las palabras, o sea la mejor literatura (la única). Ah, se me olvidaba; en realidad, el secreto de Gabilena es éste, el segundo enigma de la esfinge: ella envidia a su madre, su madre le envidia a ella. Reconozco, Buhíllo, que me salió críptica la charleta. Para que te aclares, te recomiendo que vayas inmediatamente a leerte las genuinas historias de Lena y de Gabi. Así que ni colorín ni colorado, Buhíllo, sino que se acabó lo que se daba.

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