El temple de César Rincón

Los elementos son propicios a Ortega Cano. Si hace unos días en Granada alcanzó un éxito clamoroso luego de una faena planteada bajo un fortísimo aguacero, ayer en Burgos consiguió un trofeo como merecimiento a su quehacer bajo el diluvio y ante un noble y flojo ejemplar de Manolo González. Su faena fue tan vibrante como escasa de calidad. Recurrió el cartagenero al efectismo con desmesurada frecuencia y rara vez fue capaz de asentar los pies en la arena con objeto de templar y ligar. Todo lo contrario hizo Joselito con el tercero, y no por ello recibió mayor galardón. 

Centrado y clásico, llevó a cabo una faena serena y valiente de la que sobresalió el toreo al natural. Adelantó el engañó, enganchó al tardo y parado ejemplar de Manolo González y condujo su acometida tras de la cadera. La desigual embestida del toro apenas permitía la ligazón, y aún así, Joselito fue capaz de hilvanar con la diestra una tanda reposada, elegante y cadenciosa que precedió a la soberbia estocada. El público reaccionó tarde. Para cuando comenzaron a jalear los muletazos, Joselito ya había dado una lección de honradez. Primero, porque renunció a los muletazos efectistas que tanto gustan en esta plaza; segundo,porque se colocó admirablemente ante la cara del toro. También César Rincón se situó en la rectitud del quinto a la hora de administrar una excelente tanda con la derecha que dio paso a otras algo encimistas y pletóricas de temple.


Consiguió poner al público en pie gracias a la ligazón de su trasteo y a los magníficos pases de pecho con los que abrochó cada tanda. Antes de perfilarse, tenía las dos orejas en la mano; después de cobrar un infame sablazo, perdió una por sentido común y otra porque el presidente estimó que la petición no era mayoritaria. En otro alarde de rigor, la autoridad tampoco consideró que los espectadores asomaran sus pañuelos de manera abundante como para otorgarle un trofeo a Ortega Cano tras rematar mal con la espada su faena al cuarto. 

El cartagenero no se centró con la embestida de un ejemplar del Conde de la Maza que acusó en exceso la falta de fijeza. Ortega Cano aprovechó los viajes del toro a favor de querencia con dudosa colocación y muy de vez en cuando supo qué hacer cuando la res embestía -es un decir- camino de las afueras. Aunque perteneciera a otra divisa, el segundo de la tarde se asemejó en su comportamiento al del Conde de la Maza. Mansote, noblón e incansable en su ir y venir, el astado de Manolo González propició el lucimiento de Rincón en una excelente tanda con la izquierda y en otra más, al final, con la diestra. En medio de las dos, Rincón ejecutó muletazos al abrigo de las tablas con la habilidad suficiente para sujetar al animal en los engaños. 

En las proximidades del toril intentó la suerte de recibir y se llevó una voltereta que animó al público a sacar los pañuelos. Quiso Joselito redondear la tarde con el sexto, y muy dispuesto se dirigió a los medios para brindar su muerte. La embestida incómoda y gazapona del toro desbarató sus ilusiones. También las del público.

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