Señoras con mantones de manila

Los alrededores de la plaza de toros de la Maestranza de Sevilla parecían habitados por personajes huidos de los lienzos de García Ramos, Jiménez Aranda o Cabral Bejarano. Mujeres de mantillas escapadas de carteles de corridas celebradas hace un siglo, cocheros ataviados con el casticismo del XIX, señoras con mantones de Manila de los que se guardan en arcones coloniales, algún disfraz de bandolero, otro guiño a estampas de manolas. Y un hermoso bestiario de caballos de raza, de piel brillante y cepillada, grupas como espejos para reflejar el cuadro costumbrista que tan bien se sigue rentabilizando.

Gran éxito de la Exhibición de Enganches de la Feria de Abril que sirve como colorista víspera de la gran fiesta que hoy se inaugura. Un concurso que es como un viaje al pasado, pero un pasado que curiosamente sigue estando vivísimo. La muestra es un escaparate de carriolas de campo, carruajes de ciudad y hasta diligencias de viaje atravesando estampas de otro tiempo.

Este año el país invitado fue Chile, que hizo una curiosa exhibición de huasos -jinete del campo chileno- con sus vistosas mantas y chamantos así como de danzas tradicionales como la cueca o la tirana que se realiza con los típicos pañuelos.

Sobre el coso de la plaza los jinetes de la Escuadra Ecuestre Chilena del criadero Palmas de Peñaflor montaron con banderas de España y de Chile y ante los himnos nacionales más de uno agradeció que este año el país invitado no hubiera estado más orientado al Este por no caer en nuevos capítulos del conflicto económico-diplomático-patriótico entre Argentina y España. No se hubieran soportado gauchos rioplatenses sobre la arena de la Maestranza. Así que lo que se escribió fue una nueva Araucana de Alonso de Ercilla para homenajear a «un país que respeta, admira y quiere a España y que se emociona como un niño que visita a su madre», comentó con emoción paternalista el presentador de la exhibición.

Y de los caballos que viajaron a América en la segunda travesía de Colón a la raza española... Así apareció Norma Duval, como madrina de la exhibición, en una carretela con la media potencia a la usanza del siglo XIX típica andaluza y dejando en el aire un aroma de cáñamos y cuero. «Nuestra universal vedette», decía ahora el narrador de la fiesta con ese extraño sentido que se dan aquí a las glorias universales. La veterana vedette hizo su paseíllo en la carriola vestida de mantilla y saludando pero sin querer reírse demasiado para no desmontar los artificios del maquillaje y del sagrado bótox.

Sobre el ruedo se vieron enganches gran break, duke de mimbre, faetón bis a bis, landó redondo, carretela a la sopanda en las modalidades de limonera, tresillo, media potencia o tronco con guarniciones a la inglesa, a la calesera o incluso a la húngara como el faetón que guiaba Fermín Bohorquez y un lacayo vestido con toques del viejo imperio austrohúngaro que parecía pasear por la Avenida Andrássy de Budapest en vez de sobre el albero de la Real Maestranza.

Entre lo más curioso, una araña americana de la yeguada Carrión y guarnición a la inglesa que tuvo ciertas dificultades en el giro, prueba de la complejidad de este tipo de enganche que sólo puede dar un cuarto de vuelta. También un ómnibus de nueve plazas de la Yeguada Sierra Mayor con guarnición a la inglesa que parecía una diligencia de postas de las que recorrían los caminos de herradura de la vieja Europa. Era como si hubiera aparecido sobre el ruedo imperfecto de la Maestranza la famosa berlina de Napoleón y sus infinitos compartimentos en los que, por cierto, no faltaba el vino de Málaga. A esta carroza no le faltaba un detalle, ya que incluso tenía como adorno maletas y baúles de época.

La exhibición tiene mucho de fiesta de vanidades. A fin de cuentas, la razón es exhibirse y se anuncian los nombres de propietarios como de una aristocracia que se presenta en el salón de palacio maestrante ante un público que contempla admirado mientras se abanica espantando el calor con olas de brisa breve.

Y está el casi inevitable riesgo de la Sevilla ambarizada, esa Sevilla conservada en ámbar como un fósil, una estampa anquilosada de tanto mirarse. «Esto es el mejor espectáculo del mundo porque se hace en la mejor plaza del mundo», animaba el presentador. Al final del espectáculo, se dió las gracias a todos los profesionales que permiten el milagro de conservar estos pasajes de una tradición que podría haber desaparecido hace mucho. Hubo gracias gremiales a mayorales, cocheros, guarnicioneros, lacayos, faroleros, herreros y, sobre todo a los propietarios. Ah, gran raza benefactora.

Salían ya los carruajes por las puertas de la plaza. A estas alturas de la temporada huele a sangre coagulada de toros sacrificados y a hierba fermentada, por usar un eufemismo. Los cuadros pintorescos se dispersaron por la ciudad. Un espectáculo ideal para estos tiempos tan necesitados de evasiones amables.

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