Cristina F. de Kirchner es una vividora

Países raros. En la vecina Francia, quizá el más rico y refinado del planeta, con los más elevados estándares de bienestar y, hasta anteayer, merced a su insufrible esnobismo ideológico, más de un 10% de los franceses votaba trotskista. O la Argentina de Cristina F. de Kirchner, tras la expropiación del 51% de YPF a Repsol, gobernada por el peronismo, cuya definición más acertada se debe a Borges: «Los peronistas no son ni buenos ni malos. Sólo son incorregibles».

Coincidí y charlé con el amigo Mario Vargas Llosa en el Palacio Real en la comida de homenaje de los Príncipes de Asturias al premio Cervantes, el poeta ausente Nicanor Parra. El nobel acaba de publicar un acertado análisis de la expropiación, en el que la equipara con las del venezolano Hugo Chávez y disecciona el peronismo como una mezcla de «populismo, nacionalismo, marxismo, fascismo, caudillismo, y todos los ismos» que han arruinado el subcontinente americano que Mario conoce bien.

Más allá del peronismo como mejunje ideológico, recurriré a otro connaisseur de Argentina -el país más culto y europeo de América-, a Martín Prieto: el peronismo como fascismo tropical que sobrevive a base de contradicciones y cara dura, dirigido por esta Tiranita Banderas: bótox, cleptocracia y desvergüenza.

Señora totalitaria, inestable y ciclotímica -y el extraño proceder de B. Obama, haciendo manitas con ella en Colombia- que arremete contra España con el retrato de Evita Perón, olvidando que trajo trigo a la España famélica de la posguerra y habló junto a Franco desde el balcón de la Plaza de Oriente.

Si Evita regalaba a sus «grasitas» y «descamisados» dentaduras postizas usadas, extraídas de cadáveres, su augusto, el general Perón, uniformado con aquella diagonal de cuero negro que le cruzaba el pecho, en cuyo extremo reposaba el ominoso pistolón profundo; travestido de gran macho austrohúngaro, algunas madrugadas requería los servicios de una niña, justamente apodada como La Piraña -Martín Prieto dixit-, para que le propinara arduas y concienzudas felaciones.

Hablé, pocas horas antes del expolio, cuando ya todo parecía resuelto, con el canciller García-Margallo, que consultaba a Luis Blasco, presidente de Telefónica Argentina. El ministro era cautelosamente pesimista y acertó. Por cierto, la disponibilidad de los miembros del Gobierno en esta crisis contrasta con esa inaccesibilidad -incluso para los que sólo quieren ayudar- algo ridícula, por lo provinciana y jupiterina, de Antonio Brufau, presidente de Repsol.

Quizá Kirchner debería saber que M. R. S., una humilde pensionista española, ha perdido la mitad de sus magros ahorros como accionista de Repsol.

O lo del adolescente nipón Misaki Murakami: en Anchorage (Alaska) apareció un balón de fútbol perdido en el tsunami de 2011 del que se reclama propietario. Pues la propiedad privada es un derecho humano protegido por el artículo 17 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 de las Naciones Unidas. Pero Kirchner no es partidaria. Habrá más problemas.

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