Cuando tiemblan los luceros

El arte no tiene lugares fijos, cautiva allá donde surge, sin fronteras ni geografías. El arte puede escapar de entre unas cuerdas de guitarra, desde una voz que se diría un lamento, desde un gesto altivo. Montreux, la perla de la Riviera suiza, allá arriba entre la pulcritud de sus montañas y sus lagos, acogió anteayer un arte raro y lleno de orgullo cuyos magos se llamaban El Camarón de la Isla, Tomatito, El Pele, Lole y Manuel y Manolo Sanlúcar. El final del siglo XX tiene cosas tan insospechadas como que el más prestigioso de los festivales de jazz europeos invite a estos brujos de Córdoba y de San Fernando.

Andalucía en Suiza. Flamenco en la Riviera. La «Noche sevillana» pensada por los productores del Festival de Montreux, Quincy Jones y Claude Nobs, respondía al ya irrefrenable deseo de abrir este certamen a todas las músicas del mundo más allá del jazz, deseo que cuenta con partidarios animosos y detractores que dicen no saber muy bien por qué ha de perderse la pureza. La organización había pasado unos días difíciles ante la lenta marcha en la venta de entradas para la sesión flamenca, temiendo quizá que la iniciativa de convertir Montreux en un tablao fuera un fracaso. Media hora antes del recital la sala estaba hasta arriba.

El público, en gran parte formado por españoles residentes en Suiza, hizo tronar palmas en señal de impaciencia y hasta alguna fogosa dama se arrancó por sevillanas ante el pasmo de los técnicos de sonido del Festival. En esos momentos los protagonistas de la noche debían estar en sus camerinos cambiándose a toda prisa: poco antes, todos ellos habían bajado de la fantástica mansión que el director del Festival, Claude Nobs, tiene en Los Alpes encima de Montreux.

Allá, en aquella casa de madera donde Nobs suele cenar con gente como David Bowie, Clint Eastwood o el propio Quincy Jones y donde surgen entre las carcomidas vigas un equipo de alta fidelidad único en el mundo y una colección de unos 20.000 discos además de antiguas sinforolas y trenes en miniatura, El Camarón y El Pele se prestaron a decir cuatro cosas.El Pele intentó explicar, sin conseguirlo, lo que es el quejío: «Es como los duendes, no sé cómo decirte, o lo tienes o no...». Para este gitano de Córdoba, para este poeta de esquinas blandas que encandiló a David Bowie en las últimas actuaciones de éste por España, el flamenco es un lamento que no se puede expresar en una noche, «y en eso se parece al blues porque hay el mismo lamento en un buen blues que en una buena seguiriya». Detrás, como un príncipe gitano arrebujado en su breve cuerpo, como un mito en vida, El Camarón de la Isla advertía.

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